Una caravana de vehículos se detiene en la entrada de la Base,
donde se encuentra ubicada una gigantesca estatua del dios Titán Prometeo,
considerado en la mitología griega como el protector de la civilización humana.
La estatua se erigió en honor al programa de exploración espacial, porque lleva
su mismo nombre. No obstante, en estos momentos, es irónico que se encuentre aquí,
ya que la humanidad a partir de ahora, necesitará algo mucho más efectivo que
simple protección divina para poder sobrevivir.
De éstos, descienden varias autoridades militares, lideradas por el
muy reconocido General Newmann, el mismo que dirigió con éxito las pruebas de
vuelo de los primeros modelos Ícaro desarrollados en las instalaciones
militares del complejo aeroespacial más importante de Nueva Europa, hace poco
más de veinte años, en la
Tierra.
El General camina con paso apresurado, mientras uno de sus
asistentes le entrega un portapapeles con un muy grueso expediente, de más de cuatrocientas
hojas, que toma con desprecio para ni siquiera hojear la primera página, como
si ya supiera su contenido. Los soldados le abren paso por todos los accesos de
seguridad, que uno a uno, se encuentran distribuidos por los diversos pasillos
y niveles, para llegar a la zona restringida donde se encuentran los separos y
salas de interrogación.
Ahí, dentro de una pequeña sala iluminada fuertemente, en la que únicamente
hay una mesa y dos sillas, se encuentra sentada Jozy con las manos entre los
muslos, como si tuviese frío. Las otras autoridades militares que le acompañan
y el personal de la Base asignado a esta área, se acomodan en el cuarto
contiguo, para ver y grabar el interrogatorio por detrás de un cristal que
aparenta ser un espejo, visto desde dentro de la sala.
Al entrar, el General coloca su portafolio sobre la otra silla. Se
da la vuelta y avienta el expediente sobre la mesa, donde puede leerse el
nombre Ksyusha Tereshkova en la portada. Lo hace a un lado para recargarse
sobre la mesa, y dirigirse directamente a los ojos de Jozy, que lo esquiva con
la mirada.
—
¿Te has dado cuenta en el lío que nos has metido?
—
Ellos nos atacaron primero.
—
¡Con un demonio, maldita sea! ¡No se trata de eso! — El General golpea la mesa
violentamente y se lleva las manos a la cabeza, para mesarse los pocos cabellos
blancos que le quedan y terminar colocándolas por detrás, en la nuca. Desencajado,
sólo mira a Jozy con frustración, como un padre que no sabe reprender a su hijo.
Después de un rato, busca de entre sus bolsillos una cajetilla de cigarros, y
le ofrece uno.
—
No fumo, gracias.
—
Pero si te automedicas, ¿verdad?
—
Lo siento.
El
General está a punto de perder la paciencia. Así que mejor opta por suspirar y
encender un cigarro. Hace otra pausa para soltar el humo y continuar.
—
Jozy, dime por favor, ¿qué debo de hacer contigo? ¿Sabes cuántos tratados,
códigos y leyes has violado hoy?
La
chica sólo baja la cabeza y moviéndola, responde que no.
—
Niña estúpida...
En
eso, llaman dos veces a la puerta y se abre. Es un soldado que trae un teléfono
inalámbrico entre las manos.
—
Siento interrumpir General, pero alguien quiere hablar con la Sargento.
—
¿Quién es?
—
No lo sé, pero la llamada proviene de la línea “importante”.
Jozy
toma el teléfono y en silencio, escucha con atención. Durante varios minutos, sólo
llega a pronunciar muy seriamente algunos sí, y unos no, para terminar con un está
bien.
—
Ahora quiere hablar con usted, General.
—
Veamos...
El
General habla con voz muy baja, casi imperceptible. Al terminar la llamada, con
un rostro mucho más tranquilo y resignado, coloca al teléfono sobre la mesa y
empieza a romper el expediente.
—
Ya no eres mi responsabilidad. Tienes suerte, puedes retirarte. Prepararé todo
para que mañana mismo viajes a la
Tierra , te esperan en Neo Tokio. Espero estés conciente de lo
que está por venir. ¿Necesitas algo más?
—
Una escalera, pintura blanca y una brocha.
El
General no da crédito a lo que escuchó.
—
¡¿Qué?!
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