— Estamos sobre la señal, hemos
llegado. Buscaré un lugar donde aterrizar.
— Procura que sea a las afueras de la
aldea, no debemos llamar la atención.
— Entendido.
El impecable Icarus Maximal de dos plazas
en tándem color violeta, marcado con el número 2912, desciende lenta y
silenciosamente, para posarse en un claro cercano.
— No sé por qué nos enviaron a
nosotros.
— Tranquilo Lennox, que nos iremos pronto. No olvides llevar tu
arma.
— ¿En verdad crees que sea necesaria?
— Es una orden.
— Okay, teniente.
Ambos pilotos dejan la nave atrás
caminando rápida y eficazmente por una vereda entre el frondoso bosque. Llevan
puestas túnicas para ocultar los uniformes, insignias y pertrechos. También,
uno de ellos lleva una mochila a la espalda. Al llegar a la aldea, no hay nadie
en sus pequeñas, descuidadas y rusticas calles, todo es desolación.
— ¿Y ahora?
Siguen caminando sin detenerse hasta
topar con unas vías de tren que con sus catenarias suspendidas, forman una
telaraña que atrapa sin salida a las decenas de enormes tractocamiones
estacionados. A lo lejos, música, gritos de mujeres traviesas y carcajadas,
empiezan a escucharse.
— Es por ahí.
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