viernes, 6 de abril de 2012

El medallón de Stern - I


— Estamos sobre la señal, hemos llegado. Buscaré un lugar donde aterrizar.

— Procura que sea a las afueras de la aldea, no debemos llamar la atención.

— Entendido.

El impecable Icarus Maximal de dos plazas en tándem color violeta, marcado con el número 2912, desciende lenta y silenciosamente, para posarse en un claro cercano.

— No sé por qué nos enviaron a nosotros.

— Tranquilo Lennox, que nos iremos pronto. No olvides llevar tu arma.

— ¿En verdad crees que sea necesaria?

— Es una orden.

— Okay, teniente.

Ambos pilotos dejan la nave atrás caminando rápida y eficazmente por una vereda entre el frondoso bosque. Llevan puestas túnicas para ocultar los uniformes, insignias y pertrechos. También, uno de ellos lleva una mochila a la espalda. Al llegar a la aldea, no hay nadie en sus pequeñas, descuidadas y rusticas calles, todo es desolación.

— ¿Y ahora?

Siguen caminando sin detenerse hasta topar con unas vías de tren que con sus catenarias suspendidas, forman una telaraña que atrapa sin salida a las decenas de enormes tractocamiones estacionados. A lo lejos, música, gritos de mujeres traviesas y carcajadas, empiezan a escucharse.

— Es por ahí.

Llegan a una especie de taberna de mala muerte donde se nota fácilmente que adentro todo es un alboroto. Mirándose mutuamente y sin decir palabra, entran a ese lugar donde la lujuria y el pecado dominan el ambiente pestilente: Hombres fornidos, sudorosos y grotescos, meten mano sin pudor a las mujeres que por dinero lo permiten, entre drogas y alcohol.

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