miércoles, 11 de abril de 2012

El medallón de Stern - V (Final)


— ¿Lennox? ¡Despierta por favor!

Tumbado en el césped, junto a la nave, Lennox poco a poco recupera el conocimiento.

— ¿Qué fue lo que paso? —, responde aturdido llevándose una mano a la cabeza y mirando a su alrededor.

— Tranquilo, ya te contaré.

— ¡¿Pero cómo es que estamos acá?!

— Digamos que, me ayudo un nuevo amigo — confiesa, ruborizándose un poco.

— ¿El medallón?

Kya se abre el cuello del overol, mostrándole a Lennox que se lo ha colgado.

— Vaya... ¿Y el alpinista?

Kya detiene las preguntas de Lennox, entregándole algo.

— Toma, es para ti. Y mira que está contento.

Es la jaula mal hecha de bambú, con el canario que canta alegremente, generando sonrisas.

— ¿Nos vamos?

El Icarus Maximal despega en medio de la noche, remontando el cielo con dos lunas de Stern, no sin antes bombardear la red de cavernas y túneles, cerciorándose de que el templo, también haya sido destruido. Kya se lleva las manos al pecho, tomando el medallón que empieza a brillar.

Guardián, puedes estar tranquilo. Ya eres libre. Gracias por salvarme.

— ¿Lennox?

— ¿Sí?

—  Creo que por fin podré comprarme mi apartamento en el mejor barrio de Neo Tokio...

lunes, 9 de abril de 2012

El medallón de Stern - IV


Kya entrega la mochila con el dinero a Lennox. Se desprende de su túnica mostrando el ajustado overol de piloto con las insignias y escudos del Gobierno Unido de la Tierra. Se le acerca un poco para decirle algo al oído.

— No le quites la mirada al viejo.

Kya empieza a trepar hábilmente por las columnas del altar, para ponerse sobre la losa y colocarse frente a la pantera. De la muñequera que lleva puesta saca un dispositivo circular que instala exactamente a la altura del medallón. Al apretar un botón, se activa encajando unas patas metálicas en el bloque de hielo y dispara un rayo láser que empieza a perforarlo.

Lennox se distrae por el canto del canario y se acerca a la jaula para escucharlo de cerca. En ese momento, sin darse cuenta y por detrás, recibe un fuerte golpe en la nuca con la cacha de la pistola que el viejo había mantenido oculta, para caer desvanecido.

— ¡Muy bien preciosa! ¡No te muevas!

Kya, sobre el altar y de espaldas al viejo, se queda inmóvil.

— ¡Así me gusta! ¡Levanta las manos!

¿Qué hago? ¡Maldita sea, apúrate aparato inútil!

— ¡Ya tiene el dinero! ¡¿Quiere el medallón?!

— ¡El medallón no me importa! ¡Quiero el dinero que tu padre pagará por ti!

El dispositivo esta a centímetros de liberar al medallón de su prisión de hielo.

— ¡Mi padre no le dará ni un centavo por mí!

El último hielo que cubre al medallón se está derritiendo.

— ¡Eso está por verse!

— ¡Nunca!

Con un movimiento rápido, Kya retira al dispositivo e introduce de golpe el brazo al orificio en el hielo. Con su mano, logra atrapar por completo al medallón, cerrando el puño. El viejo dispara sin dudar su arma.

¿Pero, qué es esto?
¿Dónde estoy?

Este lugar...

¡He sido transportada!
¡La leyenda es cierta!

Un ser humanoide con apariencia felina, de cuerpo alto, fornido, pelambre blanco, facciones masculinas y brutal fuerza reflejada en sus desarrollados músculos, aparece frente a ella, rodeado por un halo dorado. Kya le habla tímidamente.

— ¿Eres tú, el ermitaño? ¿El guardián de este planeta?  ¿El protector de Stern?

Con voz profunda, le responde.

— Sí. Soy quien ha cuidado este templo y planeta desde el origen del tiempo —, bajando la cabeza, con resignación —, hasta que fui capturado por ellos.

— El medallón...

— Ahora es tuyo. Me has liberado de la prisión de hielo —. El ser se arrodilla y hace una reverencia—. Estoy a tus órdenes, Maat.

— ¡Te equivocas! Yo no soy...

El ser se percata de algo. Echa a correr, brincando intempestivamente sobre ella.

— ¡Cuidado!

Kya se voltea con un giro rápido. Extiende el brazo y abre la mano. Sin saber cómo, la bala que iba directo a su cabeza se detiene y queda suspendida en el aire, a la mitad del templo. El viejo no da crédito a lo que ve.

— ¡¿Qué diablos?!

Los ojos de Kya brillan intensamente. Ahora ella es rodeada por el halo dorado. Con su brazo todavía extendido, desde el altar, lo dirige hacia donde esta el viejo.

— ¡Estúpido!

Un rayo de luz desintegra al alpinista de manera fulminante, sin dejar rastro alguno.

domingo, 8 de abril de 2012

El medallón de Stern - III


Cruzan la aldea tomando una vereda con dirección a las montañas cercanas, que en su cima se encuentran cubiertas completamente de nieve. Pese a la apariencia despreciable, el viejo camina con buen ritmo, recorriendo una gran distancia en poco tiempo, sin importar que sea en ascenso.

— ¿Cuánto falta? —, Kya pregunta impaciente.

— No mucho. Gracias a las excavaciones mineras, quedó al descubierto una red de cavernas y túneles ancestrales que atraviesan las montañas. Ya no es necesario escalar, eso nos llevaría meses. He recorrido algunos de estos caminos subterráneos, que parecen no tener fin. Son cientos, tal vez miles. ¡Esos hijos de puta que los construyeron, si que eran listos!

— ¿Cómo encontró la ermita?

— Voy a serte sincero, preciosa —. El viejo se detiene, coloca la jaula con el canario en el suelo y se sienta sobre una piedra sacando su botella de ron, para beber dos grandes tragos y con voz jadeante, continúa su relato. — Fue un golpe de suerte. Me encontraba en su búsqueda cuando caí por una abertura que estaba cubierta por la nieve. Nunca la vi, resbalé cientos de metros por un túnel de hielo que me llevó directamente a su interior.

— Un túnel de respiración...

— Y ahí estaba todo, exactamente como lo describía la información que me entregó tu padre, frente a mis ojos.

— ¿Para que trae el canario? —, Lennox pregunta con curiosidad.

— Las cavernas y túneles se están llenando de gases tóxicos por las excavaciones mineras. Más vale prevenir.

— ¡Pero se le entregó material y equipo! — Kya revira sorprendida.

— Eso sólo sirve para venderlo y comprar buen ron de contrabando. Un alpinista como yo, no necesita de esos equipos sofisticados —, el viejo se levanta pujando, recoge la jaula y la botella, para seguir andando. — No perdamos más el tiempo, que se hará noche pronto.

Para entrar a la caverna tienen que atravesar una gatera estrecha y larga, en la cual sólo es posible avanzar arrastrándose. El pasaje se va convirtiendo rápidamente en oscuro y tenebroso, donde el viento sopla cruda y fríamente, generando un sonido agudo, intenso...

Como un rugido de advertencia.

Lo reducido de la abertura termina pudiéndose levantar para encender las lámparas que Kya y Lennox llevan consigo. Con la luz, se devela una galería de enormes dimensiones, gigantesca, mucho más grande que un hangar, donde las paredes, techo y piso son perfectamente lisos, brillantes y pulidos, labrados con absoluta perfección en el bloque monolítico.

— Tengan cuidado de no resbalarse —, el viejo sentencia.

Siguen avanzando hasta el fondo, donde hay una apertura en la pared a manera de puerta y en cuyo dintel, se encuentran talladas dos panteras contrapuestas con sus colas entrelazadas. En el interior, de manera austera pero sublime, hay un altar formado por una losa soportada con columnas, sobre la cual está colocado un gran bloque de hielo que contiene a una enorme pantera albina, congelada, sentada sobre sus patas traseras y que lleva en su cuello una cadena dorada de la cual, pende un medallón en forma de estrella.

Arriba del altar, en el techo, hay cuatro agujeros por los cuales entra luz y aire del exterior, creando una atmosfera poderosa, divina, casi celestial...

Que no pertenece a los hombres.

sábado, 7 de abril de 2012

El medallón de Stern - II

Se dirigen a la barra para hablar con el camarero. Por fortuna, nadie más se percató de su llegada.

— ¿Dónde está el alpinista?

— ¿Cómo dijo? ¡No le escucho, hay mucho ruido!

— ¡El alpinista, ¿dónde está?!

El camarero asiente torpemente con la cabeza y señala con mano temblorosa la mesa del fondo, donde se encuentra sentado un hombre viejo, de barba y cabellos descuidados, con ropa desgarrada y completamente cubierto de hollín. Sobre su mesa, hay una botella de ron de la cual bebe sin miramientos y una jaula mal hecha de bambú con un canario adentro. Su apariencia asquerosa hace que no haya ninguna mujer con él.

— Los está esperando.

— Terminemos con esto de una buena vez.

Al acercarse, el viejo los barre con la mirada de pies a cabeza, sin dejar de beber.

— ¿Es usted el alpinista?

— ¿Traen mi dinero?

En silencio, se le enseña al viejo la mochila abierta, iluminándose sus ojos inmediatamente.

— Siéntate solo tú, preciosa. Que tú amigo gorilón, se vaya a divertir a otro lado.

Lennox dubitativo, mira de reojo a la teniente.

— Déjanos solos.

— Estaré en la barra.

El viejo sigue bebiendo.

— Entrégueme el medallón.

— Antes dime tu nombre.

— ¿Para qué quiere saberlo? No es importante.

— ¿Quieres el medallón?

Un breve silencio.

— Soy la Teniente Fukuda, Líder del Escuadrón Amatista.

El viejo se sorprende y empieza a dibujar una sonrisa burlona en su rostro decrépito.

— ¿Fukuda? ¿Eres Kya Fukuda? ¡Carajo! ¡En verdad que ese medallón es importante para tu padre, me envió a su propia hija! ¡Qué cabrón!

— ¿De dónde conoce a mi padre? —, le responde con evidente molestia.

— Mira, preciosa, no nos hagamos tontos. Todos saben aquí quién es tu padre: El mismísimo Kaz Fukuda, dueño de las empresas mineras que están explotando hasta la saciedad los minerales de esta mierda de planeta, para enriquecer y hacer más poderosa a su maldita Fundación —. El viejo hace una pausa y da otro trago —. Además, él mismo me contrató.

— ¡Entrégueme el medallón, aquí está el dinero! —, Kya interrumpe inquietamente.

— Tranquila, preciosa. No me subestimes. Una simple señal de mi parte y todos estos mal nacidos estarán gustosos por divertirse y hacer gozar a la hija del patrón. Tenemos que ir por él.

— ¿Cómo?

— Mi trabajo era encontrarlo y lo cumplí. Ahora, tú deberás de tomarlo —, la mirada del viejo se vuelve perversa —, si es que puedes.

— No creo tener problema con eso.

— ¡Vamos entonces! —, el viejo se levanta con fuerza, tomando la botella y la jaula con el canario —, y que también venga tu amigo gorilón, que nos puede ser de ayuda.

viernes, 6 de abril de 2012

El medallón de Stern - I


— Estamos sobre la señal, hemos llegado. Buscaré un lugar donde aterrizar.

— Procura que sea a las afueras de la aldea, no debemos llamar la atención.

— Entendido.

El impecable Icarus Maximal de dos plazas en tándem color violeta, marcado con el número 2912, desciende lenta y silenciosamente, para posarse en un claro cercano.

— No sé por qué nos enviaron a nosotros.

— Tranquilo Lennox, que nos iremos pronto. No olvides llevar tu arma.

— ¿En verdad crees que sea necesaria?

— Es una orden.

— Okay, teniente.

Ambos pilotos dejan la nave atrás caminando rápida y eficazmente por una vereda entre el frondoso bosque. Llevan puestas túnicas para ocultar los uniformes, insignias y pertrechos. También, uno de ellos lleva una mochila a la espalda. Al llegar a la aldea, no hay nadie en sus pequeñas, descuidadas y rusticas calles, todo es desolación.

— ¿Y ahora?

Siguen caminando sin detenerse hasta topar con unas vías de tren que con sus catenarias suspendidas, forman una telaraña que atrapa sin salida a las decenas de enormes tractocamiones estacionados. A lo lejos, música, gritos de mujeres traviesas y carcajadas, empiezan a escucharse.

— Es por ahí.

Llegan a una especie de taberna de mala muerte donde se nota fácilmente que adentro todo es un alboroto. Mirándose mutuamente y sin decir palabra, entran a ese lugar donde la lujuria y el pecado dominan el ambiente pestilente: Hombres fornidos, sudorosos y grotescos, meten mano sin pudor a las mujeres que por dinero lo permiten, entre drogas y alcohol.