Escondió rápidamente
la estampita del ángel guardián donde pudo, al ver que un auto se detenía
frente a ella. Le empezaba a tener fe, porque desde que la llevaba consigo,
ningún cliente la había golpeado de nuevo. Al bajar el cristal, el rostro de un
hombre bien parecido, pero con cierto toque de misterio, le preguntó.
―¿Cuánto?
―Mil doscientos
la hora, más el cuarto.
Después de
desnudarla otra vez con la mirada, el hombre le pidió que se quitara la
chaqueta y volteara. Algo que en condiciones normales no haría tan fácil, pero
por la marca del auto, ropa y actitud, presentía que podía ganar mucho dinero con
el tipo esa noche. Dinero que necesitaba para sacar a su hija de la casa hogar
donde estaba, y largarse muy lejos de ahí. Tanto lo deseaba, que hasta juró
dejar de inhalar coca.
―¿Te gusta mi
culo? A que sí, Baby.
―¿Y los extas?
―A quinientos la
mamada y mil más si quieres darme por el chiquito.
―Súbete.
Pasaron a toda
velocidad por la zona motelera, lo cual le preocupó a ella bastante.
―¿A dónde me
llevas? ―, le preguntó notablemente nerviosa.
―Vamos a una
fiesta.
―Pero...
―Tranquila, es
aquí adelante―, decía el hombre con voz segura mientras le entregaba un fajo de
billetes.
―Aquí está tu dinero. Si la paso bien, me harás el trabajo completo y
te pagaré el doble. ¿Estamos?
Sorprendida por
ver tantos billetes juntos, solamente atinó a decir que sí con un leve
movimiento de cabeza. La fiesta era un bullicio de gente, donde los gritos y la
música se escuchaban por doquier. Bailaron, charlaron y bebieron lo que
quisieron entre un mar de sonrisas, juegos y coqueteos. ¡Nunca antes había sido
tan feliz! ¡Nunca antes la habían tratado así! Tanto, que después de atreverse
a darle un primer beso, cayó desmayada entre sus brazos.
Al despertar, el
sonido de las olas rompiendo en la playa la asustó. Se levantó para recorrer
fascinada la pequeña pero hermosa casa frente al mar, y rompió en llanto al
descubrir que su hija dormía tranquilamente en una habitación. Mientras tanto,
en las puertas del cielo, Dios esperaba impaciente al hombre.
―No me gustan tus
métodos, Miguel. El beso fue demasiado.
―Gajes del
oficio, Jefe.
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