lunes, 27 de febrero de 2012

La leyenda de Maat y Aker


¡Lunas tan grandes! ¡Lunas tan bellas!
¡Qué bonitas se ven desde aquí!

¡Lunas tan grandes! ¡Lunas tan bellas!
¿Desde cuándo me observan?

Decía la niña al caminar por la orilla del lago. Acompañada de su fiel guardiana, una hermosa pantera negra, que la cuida desde que nació — creada con el poder mágico de su padre y, al que solamente tiene derecho la familia real —, la niña debía acudir siempre a esa cita todos los días: Ver nacer a las dos Lunas en el horizonte, para después, acompañarlas en su largo recorrido hacia el trono del cielo.

Esta cita era un pacto milenario, que debía realizar la primera hija del rey en turno, generación tras generación: Ella debía ser símbolo de verdad, justicia y armonía cósmica, como así lo ordenaron ellos desde el origen del tiempo. Por su parte, las Lunas con luz maternal, guiarían el regreso de la niña al palacio.

— ¡Vamos Sol, vete ya de aquí! ¡No molestes más! — Reprochaba la niña, porque ese día, el Sol continuaba en el cielo más tiempo de lo debido.

— Es por tu culpa, Sol, que no puedo verlas ahorita. ¡Es por tu culpa Sol, que no aparecen a nuestra cita!

La pantera de la niña se distraía con las luciérnagas que volaban poco a poco por el lugar, desconcertadas por tanta luz que había. La niña cerraba los puños con recelo, porque el Sol, no permitía que las Lunas asomaran con timidez su primera ilusión. Mucho menos que las estrellas aparecieran para ayudarles, en la difícil tarea de colocar el manto perfecto de la oscuridad.

Ante esta situación, recargándose en su árbol especial, la niña dejo al Tiempo la tarea de quitar al Sol del cielo. Pasado un rato, la niña descubrió que el Tiempo no hacía nada y, simplemente guardaba silencio. La niña no sabía que pensar.

¿Es que acaso, las Lunas se han enojado conmigo?
¿Se habrá roto el pacto? ¿Me han dejado sola?


Los miedos de la niña provocaron que el cielo se cubriera de nubes, para después llover, ocultando las lágrimas que la niña derramaba tristemente  por su desesperación. Acurrucada en sí misma, bajo la mirada del cielo. La lluvia cesó, pero el dolor no. Buscaba respuestas en todas partes y, sin encontrarlas, echó a correr sin sentido, terminando en el suelo, rendida, sin saber como se había perdido.

De repente, todo se transformó en olvido. La niña escuchó una voz.

— Disculpa, pero creo que alguien te estaba buscando.

Ella se levantó fugazmente de su lecho, sorprendida, vio a su pantera acompañada por otra, pero esta era albina. Y a un jovencito, con el cabello largo y plateado. Sus ojos azules, reflejaban una mirada inocente. La piel muy blanca pero no pálida, le daba una apariencia amable y educada. Iba vestido con ropas desgarradas. Pero, sobresalía especialmente, el hermoso medallón de oro con forma de estrella, que brillaba y llevaba colgado.

— ¿Quién eres? — Ella preguntó.

— Dejé mi barca en el muelle, hoy no hubo mucho que pescar. Sin darme cuenta, se me hizo tarde. Pasaba por aquí rumbo a mi casa, que se encuentra del otro lado del lago. Encontré a tu pantera perdida en medio de la lluvia, me ha dicho que estaba preocupada por ti.

— ¿Pero, quién eres? — Insistió.

Extrañamente, la pantera negra de la niña no se apartaba del jovencito. De hecho, era cariñosa con él, algo que no acostumbraba hacer con extraños, mucho menos comunicarse con ellos. Más incomprensible aún, entrelazaba su cola con la de la pantera albina.
Además, los seres guardianes mágicos solo estaban reservados para la familia real... Y a ellos...

La niña ya había visto algunas veces al jovencito sobre la barca, desde lo lejos, en el lago pescando. Y también notado que cuando él desaparecía, las Lunas se descubrían.

— Me llamo Aker —, le contestó —.  ¿Y tú?

Silencio. Simplemente se ven a los ojos.


— Yo soy Maat —. Ella replicó.

— ¡¿Eres la hija del Rey?! —  El joven tímido susurró.

— Sí, pero no tengas miedo.

— Nunca te había visto, solamente escuchado historias, en el pueblo...

— Pero yo a ti, sí —. Ella comentó.

Sonrisas. El viento se lleva lentamente a las nubes, mientras una sensación nace en el corazón de la niña. Es algo que nunca antes había sentido, nuevo, que ella respira.

— Debo irme. Tengo que llevar la pesca a casa.

— ¡NO! — Ella grita tomando de la mano al jovencito que ya partía.

El cielo se ha despejado. El Sol se dirige hacia el horizonte. La oscuridad empieza a conquistarlo todo rápidamente. Maat y Aker se acercan, se miran, exploran sus ojos y cierran sus heridas. Sus manos son fuentes de caricias compartidas. Entre los brazos de cada uno, el fuego los domina.

Maat se aparta y quita las finas ropas que cubren su cuerpo. Desnuda, le muestra su alma, que brilla cálidamente sobre sus pequeños y temblorosos pechos. Aker cierra los ojos. El medallón se ilumina. Con el torso partido, él deja escapar un pequeño quejido.

El medallón, ha desaparecido.

Los dos se acercan, y sin pedirlo, se dan un beso enloquecido. El Sol ya esta escondido y las Lunas, aún no han aparecido. La tarde es ahora, quien ha nacido.

El beso ha terminado y con un nuevo suspiro, del cuello de la niña es el medallón, quien ahora ha relucido.

Caminan tomados de la mano. Las Lunas gobiernan el cielo y con cada deseo que desde este lugar ellos han pedido, una nueva estrella aparece, con la ilusión titilante de un futuro compartido:

Stern.

Esta noche se han separado. Ella ha prometido acompañarlo a pescar siempre, no sin antes, darse un nuevo beso, para que el alba pueda nacer.

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