— Pero,
¿qué fue lo que te han dicho?
No
responde. De hecho, ha pasado toda la noche ignorándome desde que salió de la reunión,
inclusive en la cena, o cuando bailamos. Me molesta mucho que lo haga, lo
reconozco, acaba con mis nervios. He tratado de ser una mujer comprensiva y,
sobre todo, he intentado mostrarle mucha empatía; porque sé lo que está
pasando, no sólo con ella y su hija, sino también, con la Fundación.
Sonará
muy trillado, increíble, pero todo lo que he hecho ha sido por amor y nada más.
Por estar con él, a su lado. Y ya lo sé, a mis treinta, nunca imaginé que
estaría aquí, destruyendo un matrimonio y envuelta en cientos; no, miles de asquerosos cotilleos que me implican y juzgan, sobre mi insaciable ambición por el poder, el
lujo, y la belleza. Porque eso si, nadie puede negar que no estoy buena: Mis
torneadas piernas, mi culo parado y mis tetas firmes fueron las causantes de
que te fijaras en mí, no mi palmarés académico. Ése, a nadie le importa.
Paso
de lo que digan, ya me vale. Porque al final, estoy contigo. Adoro ir de
compras y que demores horas escogiendo un buen jamón sin que olvides las
olivas, ver una película a pedacitos porque no dejas de darme besos, o las
tertulias con tus conocidos donde siempre te luces presentando cada vez un
mejor vino. Tus charlas emocionadas sobre el proyecto Prometeo, los nuevos
planetas que se han descubierto, lo orgulloso que estás de Kya y últimamente,
ese extraño medallón que se te ha metido tanto a la cabeza. Si esas voces tan
solo supieran que pasan dos días sin verte y la cosa va un poco mal, que te
extraño, mi mundo se derrumba y, tan sólo quiero correr a tus brazos.
Así, te acomodas de nuevo en el asiento para sacar de la cigarrera un nuevo
Montecristo. Te conozco, lo enciendes como coartada, porque estás nervioso.
Pongo de nuevo mi voz más dulce, la que tanto te gusta, para intentar acercarme
de nuevo.
— ¿Qué te pasa, Kaz?
Sin
mirarme siquiera, sueltas las palabras entre la bocanada de humo.
— Le pediré el divorcio a Píxel.
No
te lo compro, así de fácil.
— ¡No seas gilipollas, joder! ¿Por qué me dices eso ahora?
Está
bien, exageré, no tienes porque reprochármelo con la mirada. Golpeas dos veces
finamente el cristal que nos separa del chofer y pides que se detenga la
limousine. Me miras fijamente a los ojos mientras abres la puerta, necesitas
aire fresco, no tienes que decirlo.
Caminas
unos pasos para alejarte. Es una hermosa noche de verano y, el castillo de
Neuschwanstein se ve a lo lejos, en todo su esplendor. Cumple cabal todas las
historias fantásticas que lo rodean, realmente parece sacado de un cuento de
hadas, aunque por dentro, o por lo menos hoy durante el coctel, no ha sido tan
espectacular.
— Me han dicho que Kya debe ir por el medallón.
— ¿Kya?, ¿pero, por qué? —. Te digo sorprendida.
— No
lo sé. No me agrada la idea —. Y vuelves a
jugar con el cigarro.
—
Tranquilo, si ellos te lo han dicho, será por algo.
Extiendes
tu brazo pidiéndome. Sabes que lo haré pese a que ya empieza a dolerme. Porque
sé que te tengo a medias, y con esa parte, aunque sea muy pequeñita, me
conformo.
— Estoy aburrido del auto y la noche es muy bella. Te propongo
algo.
— ¿Sí, qué? —, respondo con interés.
— Voy a pedir un helicóptero. Mientras tanto, quedémonos aquí
mirando las estrellas.
— ¿Mirando las estrellas? ¿Y eso? —, esto es algo nuevo para mí.
— Se lo aprendí a una pareja de amigos que espero pronto puedas
conocer.